Algo más que palabras
Todo se hace y se transmite en familia
Por amor todo se alcanza, y cuando se cultiva en familia, el
avance hacia lo armónico es una realidad que va más allá de las palabras,
puesto que es el mayor signo esperanzador, que una especie puede aglutinar.
Ciertamente, los tiempos actuales no son fáciles para nadie, quizás nunca lo
han sido, pero en nuestra misión está vivir con ilusión la propia
responsabilidad que todos tenemos, en mayor o menor medida, ante el mundo. Con
los conflictos creciendo por doquier, millones de niños corren el riesgo de crecer
sin amor, sin referentes, ni educación alguna. Por si fueran pocos los trances,
además cada día es más complicado comunicarse corazón a corazón, algo que se
propiciaba desde la misma familia, haciendo linaje amando, pues amar es vivir
desviviéndose por aquellos que nos quieren.
El querer lo es todo en el camino. Es la voluntad la que nos
eleva y reconcilia. Por desgracia, hay mucho falso que quiere a su modo echar
por tierra nuestros propios sueños. Saber conciliar es una experiencia poco
activa en estos tiempos de aislamiento y de poca serenidad, donde lo que
prolifera es el egoísmo y la venganza. Bajo estas maldades, evidentemente,
resulta complicado interiorizar valores que nos insten a dejar estas atmósferas
perversas y crueles, de inclinaciones compulsivas deshumanizantes y
antisociales. Con razón, Naciones Unidas, estima que todas las partes en
hostilidad mantengan, en todo momento, su obligación de proteger a los civiles
de todo daño, reparándoles si fuera menester.
Justamente, todas las batallas son absurdas y hay que
comenzar por la familia, que es donde realmente se emprenden y se desarrollan
los primeros hábitos de convivencia y respeto, para poder trasladar ese
espíritu de concordia a la sociedad, hambrienta como nunca de sociabilidad. Cuando
falla ese lazo social, el derrumbe es un hecho y se impone la anestesia. El
mismo sufrimiento de nuestros análogos apenas nos conmueve. En consecuencia,
nuestra nueva política ha de ser más de acompañamiento e integración hacia esos
espíritus frágiles, deseosos de otros itinerarios más pacíficos y
hospitalarios. Hemos de reconocer que así brota la ternura, tan olvidada en el
presente, capaz de suscitar a nuestro alrededor el gozo de sentirnos algo para
alguien, que no es otra que la satisfacción de creernos amados en definitiva.
Por otra parte, en el auténtico hogar todo es de todos, hay
un signo de pertenencia y de comprensión, y lo que ha de corregirse se hace
desde el amor. Verdaderamente, así es como se avanza en humanidad, porque hasta
el mismo espíritu digno no se concibe como tal, si antes no se ha vivido desde
dentro y en grupo. Precisamente, esa incoherencia que prolifera en nuestras
acciones muchas veces, se debe a una falta de convicción sólida que estuvo
ausente en nuestros primeros lenguajes. De ahí, la trascendencia de esa
formación de afecto en las moradas, que es lo que inspira en lo sucesivo un
amoroso fervor. Ya lo decía en su época, el inolvidable filósofo y escritor
francés, Voltaire (1694-1778): “No siempre depende de nosotros ser pobres; pero
siempre depende de nosotros hacer respetar nuestra pobreza”. Desde luego,
mientras más logremos considerarnos unos hacia otros, más crecerá ese ánimo
solidario para el que hemos de estar en misión permanente.
Nunca es tarde para reconstruir una familia, por muchas
generaciones que aglutine. Hay historias en el camino de la vida, como ese
último deseo de una bisabuela de 111 años, Layla (refugiada siria), que ahora
vive en Atenas (Grecia), pero que espera reunirse con sus nietas en Alemania,
que nos hablan de ese amor profundo, de vivir unidos para siempre, que merecen
nuestra sintonía. Es un querer más hondo, tal vez sea una fuerza sobrehumana,
capaz de mover montañas, pues las decisiones del corazón involucran toda
existencia. Por eso, aquellos que maldicen contra la familia, o la ignoran, no
saben que viven por ellos, y a ellos han de volver, para vivir en ese níveo
amor que todos buscamos.
En suma, que todo se hace (y renace) a través de ese
espíritu de unidad y de todo en común. No tiene sentido, por tanto, ese afán
disgregador, siempre destructor, en la medida que nos debilita como seres
humanos por muy endiosados que estemos. Sea como fuere, no podemos prescindir
de ese tronco que nos hermana y nos exige generosidad, poniendo en valor nuestra
capacidad de entrega a los demás. Desmembrado de las raíces es como matarnos a
nosotros mismos. Lo esencial es el amor y la adhesión al propio deseo de amar.
Haciéndolo en familia, es escuela de vida; en cambio, la barbarie intrafamiliar
es corriente de resentimiento y desprecio. Elijamos, sin hacer alarde ni
agrandarse, aquello que nos sostiene y nos sustenta: ¡amarnos! Y empecemos, por
nuestra propia familia. Veremos cómo cambia la sociedad y se humaniza.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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