Aluvión de víctimas
“La consideración de
unos hacia otros ha de ser fundamento de cualquier otro derecho”
Necesitamos repoblarnos de humanidad, sentirnos vivos frente
a tantas inútiles contiendas, verdaderamente destructivas y desoladoras. Sólo
hay que ver el aluvión de víctimas de guerra, ya no únicamente en términos de
muertos y heridos, de pueblos derrumbados y de medios de vida truncados,
comenzando por nuestro propio hábitat, un medio ambiente cada día más castigado
por aguas contaminantes, por cultivos quemados, por bosques talados, suelos
envenenados y animales sacrificados, entre la multitud de mártires indefensos,
que meramente buscan salir de la ruina y de las batallas, convivir con la
ilusión de poblar el entorno y difundir en ella los ánimos de lo armónico.
Ojalá aprendamos a conversar. La consideración de unos hacia otros ha de ser
fundamento de cualquier otro derecho. Por encima de todo, hace tiempo que me
digo a mi mismo, que quiero ser el artífice de mi vida, no la víctima de estos
nefastos pedestales interesados que nos llevan a la deriva de todo. No
olvidemos que la clemencia es el principio del buen tino, y el respeto por los
que viven a nuestro lado el mejor tono; junto a esto habita la primera
condición para saber vivir, un timbre imborrable de comprensión. Esto sí que es
una gran lección para llevar a buen término.
Desde luego, la primera víctima de este desconcierto
viviente, lo ocasiona el pudiente guión de la hipocresía, que hace tiempo que
se ha tragado el espíritu de la autenticidad. Sin duda, continúa siendo el
colmo de todas las maldades. Contribuye a que todo se contamine por la vicio de
la mentira. Hoy más que nunca echamos en falta biografías reales de vidas
francas y sinceras. Sea como fuere, no podemos proseguir cultivando la
indiferencia en nuestro paso existencial, se nos requiere humanamente para
socorrer un soplo de verdad, para hacer un mundo más justo, liberador de todos
los miedos, pues ya está bien de torturarnos entre sí, de ser dominadores en
vez de solidarios, que es lo que realmente nos fraterniza, frente a mundanos
lenguajes que nos esclavizan. Ya está bien de que nos golpeen políticas
ilícitas, que nos dividen por los sistemas de ganancia insaciable y las
repelentes tendencias ideológicas, manipulando actuaciones sensatas y cometidos
de personas coherentes. Indudablemente, este ciego arrojo corrupto es tan
criminal como inmoral, y representa la mayor traición a la entereza pública.
Por si fuera poco el desmoronamiento, es aún más perjudicial en tiempos de
crisis como el presente. Deberíamos actuar, inevitablemente, con mayor claridad
y unión; sobre todo para crear, sin demora, unos sistemas más sólidos para la
rendición de cuentas, la honestidad y la integridad.
También se me ocurre pensar en esas gentes que abren fuego,
en lugar de cerrar heridas y conciliar
sentimientos. A los sembradores del terror, que continuamente desprecian la
vida de todo ser humano, hay que transformarles. Resulta absolutamente
injustificable e intolerable que se produzcan estas bochornosas situaciones,
dondequiera y cualquiera que las lleve a cabo, ya que los seres humanos hemos
venido a la vida para poblarnos de mansedumbre, no de intransigencia, dando lo
mejor de uno mismo hasta empaparse de entrega y serenidad, sabiendo que la
única ganancia que permanece es la de haber contribuido a la construcción de
otro mundo más habitable. Lo importante, en consecuencia, es un sano diálogo y
el compartir experiencias. Pongamos, en escena permanente, el llamamiento a ese
encuentro de pulsos, que nos invitan a la concordia y al cultivo del amor
verdadero. Sin ir más lejos, la pandemia de COVID-19 lo que pone de relieve es
la necesidad de reforzar la cooperación global para hacer los avances
científicos accesibles, transparentes y, en última instancia, más eficaces.
Conseguir una vacuna que sea un bien público mundial, será una gran virtud,
propia de una mente sabia y humana. Dejaremos de atormentarnos en la medida en
que nos auxiliemos recíprocamente. Por desgracia, nuestro gran suplicio en la
vida proviene de no vivir y no dejar vivir, de que nos hemos vuelto egoístas y
de que estamos solos.
Por consiguiente, hay que despojarse de soledad y también de
todo victimismo. Nos hace falta compartir más y dejarnos acompañar por los
innatos valores y principios. Acoger lo que hay de bueno en la experiencia de
los demás, por si mismo ya es un gran avance. Lo importante es no cesar en el
empeño. Buscar la certeza y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y
que se abre corazón a corazón a un anhelo común, más fuerte que la represalia,
es toda una victoria humanística. Este tipo de glorias son las que nos alientan.
Rompamos la cadena de venganzas. Sólo así llegaremos a esa regeneración
planetaria de moradores, con sus clarividencias depuradas, de todo germen que
consuma su energía vital. Los horrores tienen que ser agua pasada que no mueve
molino, si en verdad queremos recuperarnos, rehabilitarnos y hasta
retroalimentarnos condescendientemente. Al fin y al cabo, uno no puede dormir
bien si se ha acostumbrado a practicar la estupidez del mal, esencialmente
antinatural, aunque nos persiga con su sombra y coma de nuestro plato.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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