Hacer las paces es nuestro deber
“Aprender a soportarse a sí mismo
es aprender a quererse y a ser capaz de amar a los demás”.
El mundo se ahoga en mil
conflictos que han de cesar. Necesitamos un soplo de sosiego, una pausa en
nuestro interior, para tomar otro rumbo en nuestra propia etapa viviente. Tenemos
que recuperarnos, ya no solo de la pandemia COVID-19, sino también recobrar
nuestro tiempo para reflexionar y hacer las paces entre nosotros. No hay mejor
manera, para celebrar el camino recorrido, que confluir andares y tejer
horizontes armónicos. Hemos de oponernos de forma unánime a los actos
vengativos, activando la comprensión y el abecedario del entendimiento, pues
son estas pequeñas cosas las que nos engrandecen en las sociedades humanas y en
las familias.
Ciertamente, andamos demasiado
ocupados en nuestras luchas internas, absurdas e innecesarias todas ellas; y lo
malo de todo este aire de calvarios, es que nos hemos acostumbrado a convivir
con este huracán de pugnas, haciendo del planeta un verdadero caos de
atrocidades. La cuestión es tan grave que cada día es más complicado hacer
realidad los acuerdos de paz. Hay una tendencia a la guerra, a la desunión, que
ha llegado a afectar a las mismas instituciones mundiales, creadas precisamente
para avivar los pactos cooperantes, encaminados a reconstruir espacios de
concordia, que son los que en verdad transforman nuestro mundo en uno más
igualitario, más justo, inclusivo, sostenible y saludable.
Volviendo al nacimiento hogareño
de las contiendas; quizás nos incumba propiciar una reeducación que comience
por aprender a sobrellevarnos, porque todos nosotros llevamos en nuestros
interiores muchos defectos, multitud de vicios y batallas inconfesables, que
han de hacernos repensar, al menos para reorientar actitudes repelentes. No
olvidemos jamás, que aprender a soportarse a sí mismo es aprender a quererse y
a ser capaz de amar a los demás. Desde luego, esta vida es para vivirla; y,
como tal, es un deber que estamos comprometidos a consumar. Es cierto, que es
una obligación compleja en dificultades, a veces pesada, pero es necesario
aguantar las renuncias para recibir luego los gozos tras las sombras.
Además, debemos hacer las paces
con la naturaleza también. Vociferamos que necesitamos una economía mundial
verde, que reduzca las emisiones, ya que estamos al borde del abismo, pero
somos incapaces de movilizarnos y encarar la situación desde la unidad. Sin
duda, se requiere una mejor gobernanza de la que poseemos. Ese mundo
privilegiado tiene que bajarse de los pedestales y despojarse de todo. También
esa tierra ignorada de moradores sufrientes ha de salir de la desolación, con
coraje, interactuando entre sí para soportar el suplicio. El trabajo no es
fácil, hay que sumar y no restar esperanzas, hay que hermanarse y no dividirse,
hay que servir y jamás servirse del indefenso.
En ese hacer las paces, que es
nuestro innato compromiso, la ayuda humanitaria resulta imprescindible para
reconducir el panorama existencial. Un espíritu solidario es el buen comienzo,
hacer familia es el buen fin, obrar unidos es el avanzar. Por eso, se requiere
más que nunca crear mecanismos institucionales que nos aglutinen a todos, para
dar voz e influencia a una nueva época, en la que no pueden envalentonarse
aquellos que siembran el terror en cada paso. Tenemos, por tanto, una casa
común por la que conciliar lenguajes y sentimientos. Continuar bajo el contexto
destructivo no es la solución. La humanidad, en su conjunto, ha de despertar.
Claro está, sin obviar la herencia cultural, que ha de servirnos para educarnos
en la tolerancia e instruirnos en los diversos caminos tomados, lo que implica
respeto mutuo.
En consecuencia, precisamos una
sanación que nos fraternice, que celebre el consenso y la buena disposición,
que se oponga a la desavenencia y al espíritu interesado, a los actos de odio
tanto en internet como fuera de esa nube envenenadora, que nos está demoliendo
los vínculos. Evidentemente, sin parentescos que nos supediten va a ser difícil
forjar las paces asociados. Eso sí, la confianza no la perdamos, es lo último que
debemos perder.
Víctor CORCOBA HERRERO / Escritor
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