miércoles, 8 de septiembre de 2021

Compartiendo diálogos conmigo mismo

Desde el corazón de la poesía

 

(El pulso del alma es el olmo del verso en el camino. Nos invita a recogernos y a vibrarnos. Conozcámonos mar adentro y reconozcámonos en los demás. Salgamos de nosotros mismos a conciliar y a reconciliar el asombro de lo auténtico con todos. Nuestro cometido: ser cultivadores de abecedarios en asistencia).

 

 

I.- La mano abierta a los pobres

 

Cada vida es un aliento a compartir,

cada compartir es un latido a vivir,

y cada vivir ha de ser un desvivirse,

por oír y sentir el clamor del pobre,

sediento de aliento para estimularse.

 

Unámonos al verso y sus anversos,

colonicemos la familia en familia,

pensemos en expresiones de grupo,

solidaricémonos con el desvalido,

atendamos a sus gritos acariciando.

 

Cuidar a los más frágiles es deber,

velar por los relegados es ecuánime,

amparar a los indefensos es misión;

pues el afán de poder todo lo mata,

y el desvelo de tener lo contamina.

 

II.- LA MIRADA SINCERA EN LA PALABRA

 

El gozo anímico de la dulce mirada,

que lo es cuando florece del espíritu,

es lo más sublime que nos envuelve:

el soplo que perdura para siempre,

y la espiración que nos acompaña.

 

La contemplación y el buen gesto,

hacia todo ser viviente desamparado, 

es lo que nos hace entrar en diálogo,

volver a la palabra, acoger la verdad,

y retornar con la ilusión fortalecida.

 

La percepción de la nívea palabra,

nos pone alas y nos descubre cielos,

que nos engrandecen  y acrecientan,

a tomar conciencia de la luz interior,

y a no tener miedo de hablar claro.

 

III.- EL OÍDO ATENTO A LOS LENGUAJES

 

El mundo es un acorde de sonidos,

con los que hay que comprenderse,

para irradiar un concierto de calma,

que colme de amor espacios vacíos,

y llene de poesía el culto del poder.

 

No hay dominio para los opresores,

ni autoridad para los que no sirven.

La jurisdicción de los mil lenguajes,

nos lleva a poner oreja que perciba,

porque se ha de oír antes de hablar.

 

Todos tenemos un rastro tras de sí,

con un rostro que hemos acordado.

Lo más cruel que puede sucedernos,

es tiritar bajo el mísero abandono,

sin ser escuchados ni recordados.

Víctor Corcoba Herrero

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